sábado, 23 de julio de 2011

El Interior de un Corazón Desolado

Y allí me hallaba, una pequeña habitación sin puertas, sin muebles, fría, y totalmente a oscuras, sin más que una ventana con cortinas negras, que no dejaba pasar la luz de fuera. Un reloj de arena suspendido en el aire se estaba vaciando lentamente, tan lento, que apenas se vaciaba por muchas horas que pasasen.
Me encontraba totalmente solo, no había nadie allí. Lo único que podía hacer era ver el exterior, así que me dispuse a dirigirme a la ventana para ver qué había en el exterior. No había nadie, sólo un camino que daba a un precipicio sin final, a un abismo que, seguramente, haría que el olvido se adueñara de la persona que pudiese caer. Me separé de la ventana y dejé que un poco de luz entrase. 
Ésa luz era mi única compañía, cálida y blanca, me permitía ver qué había a mi alrededor. No había nada, no era más que una simple habitación cuadrada pintada de negro. 
Puse más atención a los sonidos que envolvían aquél lugar, puse uno de mis oídos pegado a la pared, para ver qué se escuchaba. Se oían personas llorando, lamentándose, personas tristes y solas, sin más compañía que su soledad, así era yo, hasta que esta luz entró en mi habitación y me dió una nueva compañía.
Me encontraba bien, pero algo me faltaba aún, ¿Qué era? Era todo lo que yo necesitaba, un lugar donde estar, pues yo no tenía hambre, y tampoco sentía frío cuando ésa luz estaba conmigo.
Cuando caía la noche, la luz se iba, y yo volvía a tener frío, y me volvía a encontrar solo. No quería irme de allí, pues me encontraba seguro donde estaba, no podía salir, no ahora. Esperaba con impaciencia, sin dormir, a que mi luz volviese, la noche se me hacía eterna, habían más horas de oscuridad que de luz en aquél lugar, y si las nubes se interponían entre mi luz y yo empezaba a llover, y yo sentía mucha pena por estar solo, dentro de mi corazón llovía también, no podía aguantar estar allí, pero tampoco podía salir, pues nisiquiera había una salida. Esperando mi luz, me quedé dormido.


Desperté, y ya era de día,no se oían los llantos ni los lamentos de las demás personas que estaban en otras habitaciones como la mía, y mi luz estaba ya conmigo. ¡Bien! Pensé, ya tenía lo que quería, nada podía estropearlo. ¿Nada podía? No, nada podía. Pero la luz empezó a brillar muy fuerte, y quemaba, me hacía daño, me aparté de ella, pero hacía calor, ya no la quería conmigo, no me gustaba. Por alguna extraña razón ahora me hacía daño, y no podía evitarlo. Cada vez crecía más y más, y mi dolor aumentaba, empezó a llover, pero la luz seguía allí, aumentando mi dolor y mi sufrimiento. Yo quería que se fuese, "¡Vete!" Grité. Pero no se iba.
Acorralado en el único rincón sin luz de la habitación, lloraba, la luz que tanta felicidad me había dado, ahora sólo me hacía daño, quería que se fuese, no podía soportarlo. Había una hoja de cuchillo a mi lado, en el suelo, donde estaba sentado. Se me ocurrió una manera más fácil de escapar. Si moría, no tendría que soportar la luz nunca más, pues quedaría sumergido en la oscuridad por siempre.
Antes de poder hacer nada, se hizo de noche, la luz desapareció, y yo estaba agotado. "Menos Mal" pensé, pues tardaría en volver. Mis ojos, acostumbrados a la oscuridad de aquél lugar, podían ver perfectamente la habitación. La luz había dejado su marca, había roto parte del suelo. No tenía herramientas para repararlo, así que no pude hacer nada por ello.
Antes de que amaneciese, puse de nuevo las cortinas para que la luz no volviese a hacerme daño, amaneció y la luz no apareció.
Me sentí aliviado por un momento, pero al irse la luz que me había estado dando compañía, de nuevo estaba solo, triste, desolado.
Después de varios años, yo ya no volví a dormir, no volví a soñar, no tenía esperanza. Lloraba a diario, no tenía nada más que hacer. Fuera llovía, cada día más. El reloj de arena que había en el aire, había bajado mucho ya, le quedaba poco para quedarse sin arena. ¿Qué pasaria si se quedaba sin arena? Era algo que me preguntaba cada vez que lo veía. Tenía la sensación de que pronto lo sabría... En caso de que no me hubiese muerto antes, pues la tentación de cortarme con la hoja de cuchillo que había a mi lado me estaba llamando.


Cogí la afilada hoja, lo iba a hacer, éste era el final. Pues mis compañeros de las demás habitaciones hacía tiempo que no se oían, quizás habían hecho lo que estaba a punto de hacer yo ahora. Era posible.
Mientras me cortaba las venas, el reloj de arena bajaba cada vez más rápido.
Estaba a punto de morir, solté la cuchilla y la tiré lejos, me estaba desangrando, iba a morir, me sentí aliviado, pues todo había terminado, ya no había vuelta atrás, por fin todo iba a terminar. Justo antes de cerrar los ojos para descansar en paz, heché una última mirada al reloj de arena flotante, la arena se iba a terminar ya, apenas quedaban unos granos de arena para que se terminase. Cuando iba a caer el último grano de arena, mis ojos se cerraron y no me dejaron ver cómo caía éste último. Tenía frío, pero sabía que pronto terminaría con todo, pues iba a morir.
Una luz azul entró en mi habitación, a través de las cortinas, incluso trajo una brisa agradable que me proporcionó tranquilidad. La tranquilidad y felicidad que me había proporcionado antes otra luz, abrí mis ojos y encontré mi habitación cambiada, había una puerta, y toda la habitación era de un azul oscuro, una chica estaba a mi lado, mirándome. "¿Quién eres?" Pregunté. No hubo respuesta.
El reloj de arena estaba roto, ¿Lo había roto ella? ¿Por qué? Tenía tantas preguntas... Y ni una sola respuesta. No me podía mover, ya no sangraba, nisiquiera había sangre en el suelo, y mis heridas habían sido curadas.
Ella cogío la cuchilla y la hizo desaparecer, se acercó a mi, y me besó.
Cerré los ojos, no me lo creía, ¿Iba a vivir de nuevo? No me importaba, pues aquella chica que me estaba besando me había salvado, y me dió una segunda oportunidad.
Cuando abrí los ojos para preguntarle por qué lo había hecho, ya no estaba, sólo se veía la luz.
Me acerqué a la ventana para ver si estaba allí fuera, y sí, estaba fuera, llamándome.
Intenté abrir la ventana, y no podía, estaba cerrada, no podía romperla, ella se alejaba cada vez más y más, entonces, me giré, a punto de llorar, vi que mi puerta estaba abierta. Podía salir de aquél cuarto para buscar a la chica que, se había llevado mi soledad y mi tristeza, que me había devuelto las ganas de sonreír, que podía hacer que, yo siguiese vivo. Miré donde estaba el reloj, había vuelto a empezar de nuevo, estaba recompuesto, y la arena caía tan lenta como siempre, ¿Se había dado la vuelta? ¿Me había dado la vida otra oportunidad? Podía ser, pero ahora sólo me importaba una cosa, y era mi felicidad.
Abrí la puerta, y me fuí de allí. Abandoné toda la tristeza y todas las penas que había pasado en aquella nostálgica habitación, que de algún modo, recordaría por siempre. No importa, pues ahora, tenía que encontrarla a ella, mi felicidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario