jueves, 28 de diciembre de 2017

No te veo.

La noche arropa el calor que guardo para ti.
Son muchos los sorbos que he tomado,
y paso a paso, a la vez que consumo el aliento
 que la tierra me ha dado y drena mi espíritu desaliñado
a la vez que me expande al firmamento.

No te veo, por más que te busco
no te veo, sostengo la copa con arrogancia
y busco un culpable, miro atrás con añoranza,
dejo la copa con rabia y me mantengo sereno tomando un poco del santo fruto
que a cambio toma mi vida por cada bocado que quemo.
No te veo.

La pequeña llama a la puerta, no la veía,
¿Dónde estaría? Fuera, esperando a que la abriera,
rascando hasta dejar cicatriz en el muro de la empatía,
la noche era fría y me arropaba el manto que veía
como el más oscuro que existía.
¡Cuánto me equivocaba! Me decía, esta misma noche que no existiría
si estuvieras aquí. Estoy con nuestra pequeña en mis brazos y se muestra
tan serena y tan inquieta como esta noche y yo.
No te veo.

Y por más que me digas que siempre estás, que me cuidas,
que me mimas, que me sientes como si nuestras almas se rozaran y
vibraran al unísono como una orquesta perfecta donde sólo necesitamos
que Orfeo no mire hacia atrás y confíe en el solo de Eurídice sin mirarla a lo
largo de todo el concierto.
Quizá por eso, no te veo.

No te veo porque si miro atrás para hacerlo, Hades te llevará de vuelta y
no habrá vuelta atrás, todos nuestros avances habrán sido en vano y cada salto
que hayamos dado se desvanecerán en el aire como palabras sin significado.
Prefiero estar sin verte un tiempo aunque se haga eterno a tener que decirte adiós
para siempre. Y cada letra que escribo en esta mugrienta servilleta de bar
la hace más parecida a mí, pues al igual que ella, tú escribiste en mí cada
verso y es por eso que te siento.
Pero no te veo.